En las plazas y paseos de Puerto La Cruz se ven a diario a indigentes. Por alguna razón estas personas deambulan sin hogar por las calles
“Párate. Vete de aquí y llévate tus cartones”. Asegura que así le habló el uniformado. Durante su siesta, José Durán, de 23 años, soñaba que corría para escapar de un hombre que lo quería matar. “Déjame pasar el susto y me voy pana”, respondió el recién levantado.
José tiene 15 años de un lado a otro, por las calles del municipio Sotillo y hace ocho meses, su primo de 14 años se unió a él. Aseguran que en sus casas no los quieren.
Dice que están desprotegidos, que nadie les garantiza su alimentación y si se enferman no hay quién les tienda la mano.
Descalzo camina a diario las calles del casco central porteño, prefiere que su primo lleve las “cholas” que consiguieron en un basurero la semana pasada. Las grietas en sus talones reflejan el paso por el asfalto caliente durante el día.
“Me fui de mi casa porque un tipo me quería matar. Me metió tres tiros y no volví más”, dice José mientras recuerda que sus parientes le reprochaban todas sus acciones, consideradas por ellos como malas. La familia del joven vive en el sector Chorrerón en Guanta y desde hace 12 años no los ve. “¿Para qué buscarlos?”, dice.
Su primo aguarda silente y con la mirada hacia el suelo mientras José cuenta que para olvidar los pesares de la vida consume marihuana o cocaína que compra a 10 bolívares la porción.
Sus dientes están desgastados por
fumar y ya no coordina muy bien sus
movimientos.
“Parece que los dientes le molestan”, dice un hombre que pasa mientras José rechina su dentadura, quizas producto del constante consumo de estupefacientes.
El muchacho dice que no es un “ladrón”. Cuenta que lava carros para sobrevivir. Después de recoger las cuatro cajas que colocaron para pasar la noche, debajo de la mata de mango que está en la plaza Bolívar, comienza su rutina de la mañana: buscar qué comer.
Pesar
A las 11 de la mañana todavía Julián Marcano, de 52 años, duerme a los pies de la estatua de Francisco de Miranda en la avenida Constitución de Puerto La Cruz.
La fetidez de excrementos que bordean las áreas verdes del paseo no fueron impedimento para que el hombre extendiera una sábana desgastada y se echara a dormir.
“Yo no vivo en la calle, lo que pasa es que me eché unos tragos anoche y me sentí algo mareado. Preferí quedarme a dormir aquí”, dice para disimular su realidad que está a simple vista.
Sus zapatos están desgastados y su aliento confirma que realmente estuvo tomando la noche anterior. Asegura que tiene 11 hijos, a quienes al parecer no les pide ayuda porque “no quiero humillarme”.
Vive en el sector porteño Valle Verde con su esposa y trabaja como caletero en el mercado municipal de Sotillo, al tiempo que cruza sus ideas y asegura que le gusta tomar. Así habla Julián.
Puede saltar de un tema a otro sin sentido. “¡Me robaron anoche!”, se percata de que le quitaron su cartera y allí, supuestamente, tenía 10 bolívares para pagar el pasaje y regresar a su casa.
Julián, José y su primo de 14 años de edad, caminan las calles del municipio Sotillo sin rumbo fijo. Son pocos los que le tienden la mano y le ofrecen al menos un vaso con agua, por lo que dicen sentirse rechazados constantemente por la sociedad. Coinciden en que en la calle se pierde el respeto hacia algunas personas.
Una manito
Carlos García es pastor evangélico y desde hace tres años se dedica a predicar la palabra de Dios a las personas que viven en la calle. Dice que si contaran con un espacio apto podrían atender a estos hombres y mujeres.
“Entregamos ropa a quienes lo necesitan. No los podemos recoger de la calle porque no tenemos a dónde llevarlos”. Pide colaboración en la Alcaldía del municipio Sotillo y en los centros de congregación evangélicos, pero no es suficiente para el grupo de indigentes que están en las calles
de la jurisdicción.
Quien desee colaborar con la acción de
Carlos puede llamarlo al número de teléfono:
0414-7723749.
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